TEMAS DE RECOSUR

Jueves 4 de junio de 2009

EE.UU.

I. TORTURA Y AMNESIA HISTÓRICA

Por Noam Chomsky (31/05/09)

I

Los memorandos sobre tortura revelados por la Casa Blanca suscitaron asombro, indignación y sorpresa. El asombro y la indignación eran entendibles; la sorpresa, no tanto. Por principio de cuentas, aun sin investigación, era razonable suponer que Guantánamo era una cámara de tortura. ¿Para qué, si no, enviar prisioneros a un lugar donde estarían fuera del alcance de la ley; un lugar, por cierto, que Washington utiliza en violación de un tratado impuesto a Cuba a punta de pistola? Desde luego, se adujeron razones de seguridad, pero sigue siendo difícil tomarlas en serio. Las mismas sombrías expectativas se tuvieron acerca de los “sitios negros”, prisiones secretas del gobierno de Bush, y por la “rendición extraordinaria”, o captura extrajudicial de sospechosos en otros países, y se cumplieron.

Más importante es que la tortura ha sido práctica de rutina desde los primeros días de la conquista del territorio nacional, y continuó empleándose a medida que las aventuras imperiales del “imperio infante” –como George Washington llamaba a la nueva república– se extendieron a Filipinas, Haití y demás lugares. Tengamos en mente también que la tortura fue el menor de muchos crímenes de agresión, terror, subversión y estrangulamiento económico que han oscurecido la historia estadunidense, como ocurre también con otras grandes potencias.

En consecuencia, lo sorprendente es ver las reacciones a la revelación de esos memorandos del Departamento de Justicia, incluso las de algunos de los críticos más francos y elocuentes del mal gobierno de Bush: Paul Krugman, por ejemplo, quien escribió que solíamos ser “una nación de ideales morales” y que nunca antes de Bush “habían nuestros líderes traicionado en forma tan absoluta todo lo que esta nación ha postulado”. Por decir lo menos, esta visión común refleja una versión bastante sesgada de la historia estadunidense.

De cuando en cuando se ha abordado en forma directa el conflicto entre “lo que postulamos” y “lo que hacemos”. Un distinguido académico que emprendió esa tarea fue Hans Morgenthau, fundador de la teoría de las relaciones internacionales realistas. En un estudio clásico, publicado en 1964 a la luz de Camelot, Morgenthau desarrollaba la visión convencional de que Estados Unidos tiene un “propósito trascendental”: instaurar la paz y la libertad en su territorio y de hecho en todas partes, puesto que “la arena dentro de la cual Estados Unidos debe defender y promover su propósito ha alcanzado dimensiones mundiales”. Pero, como académico escrupuloso, también reconoció que el registro histórico era radicalmente inconsistente con ese “propósito trascendental”.

No debemos dejarnos confundir por esa discrepancia, aconsejaba Morgenthau; no debemos “confundir el abuso de la realidad con la realidad misma”. La realidad es el “propósito nacional” incumplido, como se revela en “la evidencia de la historia según la refleja nuestra mente”. Lo que ocurría en los hechos no era más que “el abuso de la realidad”.

La revelación de los memorandos sobre tortura condujo a otros a reconocer el problema. En el New York Times, el columnista Roger Cohen reseñó un nuevo libro, The Myth of American Exceptionalism, del periodista británico Geoffrey Hodgson, quien concluye que Estados Unidos no es más que una “nación grande, pero imperfecta, entre otras”. Cohen concede que la evidencia apoya la opinión de Hodgson, pero de todos modos le parece que yerra al no entender que “Estados Unidos nació como una idea, y por eso tiene que llevarla adelante”. La idea de Estados Unidos se revela en el nacimiento de la nación como “ciudad en una colina”, noción “inspiradora” que reside “muy en el fondo de la sique estadunidense”, así como en el “distintivo espíritu individualista y emprendedor de los estadunidenses”, que se demuestra en la expansión hacia el oeste. El error de Hodgson, según eso, es apegarse a “las distorsiones de la idea estadunidense”, al “abuso de la realidad”.

Volvamos la atención hacia la “realidad en sí”: hacia la “idea” de Estados Unidos desde sus primeros días.

“Vengan a ayudarnos”

La frase inspiradora “una ciudad en una colina” fue acuñada en 1630 por John Winthrop, quien la tomó de los evangelios para esbozar el futuro glorioso de una nación “ordenada por Dios”. Un año antes la colonia de la Bahía de Massachusetts creó su Gran Sello, el cual mostraba un indígena de cuya boca salía un pergamino, en que se leían las palabras “Vengan a ayudarnos”. Así, los colonialistas británicos se representaban como humanistas benévolos que respondían a las súplicas de los miserables nativos para rescatarlos de su amargo destino pagano.

De hecho, el Gran Sello es la representación gráfica de “la idea de Estados Unidos” desde su nacimiento. Debe ser exhumada desde las profundidades de la sique y desplegada en los muros de todos los salones de clase. Debió aparecer sin duda en el fondo de toda la pleitesía estilo Kim Il-Sung que se le rendía a ese salvaje asesino y torturador llamado Ronald Reagan, quien alegremente se describía como el líder de una “reluciente ciudad en la colina” mientras orquestaba algunos de los crímenes más espantosos de sus años en el cargo, notoriamente en Centroamérica, pero también en otros lugares.

El Gran Sello fue una proclamación temprana de la “intervención humanitaria”, para usar una frase en boga. Como ha ocurrido comúnmente desde entonces, la “intervención humanitaria” condujo a una catástrofe para los supuestos beneficiarios. El primer secretario de Guerra, el general Henry Knox, describió “la absoluta extirpación de todos los indios en las partes más populosas de la unión” por medios “más destructivos para los nativos indígenas que la conducta de los conquistadores de México y Perú”.

Mucho después de que sus propias significativas aportaciones al proceso quedaran en el pasado, John Quincy Adams deploró el destino de “esa infortunada raza de americanos nativos, a quienes exterminamos con tanta crueldad pérfida y despiadada… entre los atroces pecados de esta nación, por los cuales creo que Dios algún día la llevará a juicio”. Esa “crueldad pérfida y despiadada” continuó hasta que “se conquistó el oeste”. En vez del juicio de Dios, los atroces pecados sólo han traído hoy elogios por la culminación de la “idea” estadunidense.

La conquista y colonización del oeste mostraron sin duda ese “espíritu individualista y emprendedor” tan elogiado por Roger Cohen. Así ocurre por lo regular con las empresas de colonización, la forma más cruel del imperialismo. Los resultados fueron ensalzados por el respetado e influyente senador Henry Cabot Lodge en 1898. Al convocar a la intervención en Cuba, Lodge elogió nuestro historial “de conquista, colonización y expansión territorial, inigualado por ningún pueblo en el siglo XIX”, y llamó a “no detenerlo ahora”, cuando los cubanos también suplicaban, según las palabras del Gran Sello, “vengan a ayudarnos”.

Su ruego fue atendido. Estados Unidos envió tropas, con lo cual impidió que Cuba se liberara de España y la convirtió en una colonia virtual, como continuó siéndolo hasta 1959.

La “idea estadunidense” fue ilustrada tiempo después por la notable campaña emprendida por el gobierno de Dwight D. Einsenhower para devolver a Cuba al lugar apropiado, luego que Fidel Castro entró en La Habana en enero de 1959 y liberó por fin a la isla del dominio extranjero, con enorme apoyo popular, como Washington reconoció a regañadientes. Lo que siguió fue: una guerra económica, con la mira claramente delineada de castigar al pueblo cubano para que derrocara al desobediente gobierno de Castro; una invasión; la dedicación de los hermanos Kennedy a llevar a Cuba “los terrores de la Tierra” (frase del historiador Arthur Schlesinger en su biografía de Robert Kennedy, quien tenía esa tarea entre sus máximas prioridades), y otros crímenes que continúan hasta el presente, en desafío a una opinión mundial prácticamente unánime.

Por lo regular los orígenes del imperialismo estadunidense se hacen remontar a la invasión de Cuba, Puerto Rico y Hawai en 1898. Pero eso es sucumbir a lo que el historiador del imperialismo Bernard Porter llama “la falacia del agua salada”, la idea de que la conquista sólo se vuelve imperialista cuando cruza agua de mar. Es decir, si el Misisipi hubiera semejado al mar de Irlanda, la expansión hacia el oeste habría sido imperialismo. De George Washington a Henry Cabot Lodge, los que participaron en la empresa tuvieron una visión más clara de lo que hacían.

Luego del éxito de la intervención humanitaria en Cuba, en 1898, el siguiente paso en la misión asignada por la Providencia fue conferir “las bendiciones de la libertad y la civilización a todos los pueblos rescatados” de Filipinas (en palabras de la plataforma del Partido Republicano de Lodge)… por lo menos a los que sobrevivieron a las matanzas y al uso extendido de la tortura y demás atrocidades que las acompañaron. Esas almas afortunadas fueron dejadas a la merced del gobierno filipino de paz instaurado por Estados Unidos dentro de un modelo recién ideado de dominio colonial, que se apoyaba en fuerzas de seguridad adiestradas y equipadas para aplicar avanzados métodos de vigilancia, intimidación y violencia. Modelos similares se adoptarían en muchas otras zonas donde Estados Unidos impuso brutales guardias nacionales y otras fuerzas a su servicio.

Paradigma de apremios

En los 60 años pasados, las víctimas en todo el mundo han soportado el “paradigma de tortura” de la CIA, desarrollado a un costo que llegó a mil millones de dólares anuales, según documenta el historiador Alfred McCoy en su libro A Question of Torture. Allí muestra cómo los métodos de tortura desarrollados por la CIA a partir de la década de 1950 aparecen, con pocas variantes, en las fotografías infames de la prisión de Abu Ghraib, en Irak. No hay hipérbole en el título del penetrante estudio de Jennifer Harbury sobre el historial de tortura estadunidense: Truth, Torture, and the American Way. Así pues, es sumamente engañoso, por decir lo menos, que los investigadores del descenso de la banda de Bush a las cloacas del mundo lamenten que “al emprender la guerra contra el terrorismo, Estados Unidos haya extraviado el rumbo”.

No se quiere decir con esto que Bush-Cheney-Rumsfeld et al no hayan incorporado innovaciones importantes. En la práctica normal estadunidense, la tortura se encomendaba a subsidiarios, no la ejecutaban estadunidenses directamente en cámaras de tortura propias, instaladas por su gobierno. En palabras de Allan Nairn, quien ha llevado a cabo algunas de las investigaciones más reveladoras y valerosas sobre el tema: “Lo que la [prohibición de la tortura] de Obama cancela es ese pequeño porcentaje de tortura que hoy realizan estadunidenses, pero conserva el conjunto abrumador de la tortura del sistema, que es llevado a cabo por extranjeros bajo patrocinio estadunidense. Obama podría dejar de apoyar a fuerzas extranjeras que torturan, pero ha elegido no hacerlo”.

Obama no acabó con la práctica de la tortura, observa Nairn, sino “sólo la cambió de lugar”, restaurando la norma estadunidense de indiferencia hacia las víctimas. “Es un retorno al status quo anterior –escribe Nairn–, al régimen de tortura que va de Ford a Clinton, y que año con año produjo más agonía con respaldo estadunidense de la que se produjo durante los años de Bush/Cheney.”

En ocasiones el involucramiento estadunidense en la tortura ha sido aún más indirecto. En un estudio realizado en 1980, el latinoamericanista Lars Schoultz descubrió que la ayuda exterior estadunidense “ha tendido a fluir en forma desproporcionada hacia gobiernos latinoamericanos que torturan a sus ciudadanos… a los mayores violadores de los derechos humanos fundamentales en el hemisferio”. Estudios más amplios de Edward Herman encontraron la misma correlación, y también sugirieron una explicación. No es sorprendente que la ayuda estadunidense tienda a correlacionarse con un clima favorable a los negocios, que por lo común mejora con el asesinato de organizadores de obreros y campesinos y activistas pro derechos humanos y otras acciones semejantes, lo cual produce una segunda correlación entre la ayuda y las monumentales violaciones a los derechos humanos.

Estos estudios se llevaron a cabo antes de los años de Reagan, cuando no valía la pena estudiar el tema porque esas correlaciones eran patentes. No es extraño, pues, que el presidente Obama nos aconseje mirar hacia delante y no hacia atrás, doctrina conveniente para los que blanden los garrotes. Los que son golpeados por ellos tienden a ver el mundo en forma diferente, con gran molestia de nuestra parte.

II

Se puede argumentar que la aplicación del “paradigma de tortura” de la CIA nunca violó la Convención sobre Tortura de 1984, al menos en la forma en que fue interpretada por Washington. McCoy señala que el muy sofisticado paradigma de la CIA se desarrolló a enorme costo en las décadas de 1950 y 1960, con base en la “técnica de tortura más devastadora de la KGB”, que se reservaba para el tormento mental, no físico, el cual se consideraba menos efectivo para convertir a las personas en vegetales manejables. McCoy escribe que el gobierno de Reagan revisó en forma minuciosa la Convención Internacional sobre Tortura “con cuatro detalladas ‘reservas’ diplomáticas enfocadas en una sola palabra de las 26 páginas impresas de la convención: la palabra ‘mental’”. Añade: “Estas reservas diplomáticas de intrincada construcción redefinían la tortura, según la interpretación de Estados Unidos, excluyendo la privación sensorial y el dolor autoinfligido: precisamente las técnicas que la CIA había refinado a un costo tan alto”. Cuando Clinton envió al Congreso la Convención de la ONU para su ratificación, en 1994, incluyó las reservas de Reagan. Por tanto, el presidente y el Congreso excluyeron el núcleo del paradigma de tortura de la CIA de la interpretación estadunidense de la Convención, y esas reservas, observa McCoy, fueron “reproducidas al pie de la letra en la legislación promulgada para dar fuerza de ley a la Convención de la ONU“. Ésa es la “mina política de tierra” que “estalló con fuerza tan fenomenal” en el escándalo de Abu Ghraib y en la vergonzosa Ley de Comisiones Militares (que permite crear comités castrenses para juzgar a presuntos enemigos extranjeros/ N de la T), la cual se aprobó en 2006 con apoyo de los dos partidos. Bush, desde luego, fue más allá de sus predecesores al autorizar violaciones flagrantes del derecho internacional, y varias de sus innovaciones extremistas fueron echadas abajo por los tribunales. Mientras Obama, como Bush, expresa con elocuencia nuestro indeclinable respeto al derecho internacional, parece decidido a restaurar sustancialmente las medidas extremistas de Bush.

En el importante caso Boumediene versus Bush, de junio de 2008, la Suprema Corte rechazó la afirmación anticonstitucional del gobierno de Bush de que los prisioneros de Guantánamo no tienen derecho al recurso de habeas corpus. El columnista Glenn Greenwald, de Salon.com, relata lo que pasó después. Buscando “preservar la atribución de secuestrar personas en otras partes del mundo” y encarcelarlas sin el proceso debido, el gobierno de Bush decidió enviarlas a la prisión de la base aérea estadunidense de Bagram, en Afganistán, con lo cual trató al “veredicto del caso Boumediene, fundamentado en nuestras garantías constitucionales más elementales, como si fuera un juego tonto: si llevas a los prisioneros a Guantánamo, tienen derechos constitucionales; si los llevas a Bagram, puedes desaparecerlos para siempre sin proceso judicial”. Obama adoptó la postura de Bush, “al presentar una promoción ante un tribunal federal en la que, en dos oraciones, declaraba que adoptaba la teoría más extremista de Bush sobre el tema”, alegando que los prisioneros llevados a Bagram desde cualquier parte del mundo (en el caso en cuestión, yemenitas y tunecinos capturados en Tailandia y en Emiratos Árabes Unidos) “pueden permanecer en prisión por tiempo indefinido sin ningún derecho, siempre y cuando se les mantenga en Bagram y no en Guantánamo”. Sin embargo, en marzo pasado un juez federal designado por Bush “rechazó la postura Bush/Obama y sostuvo que la argumentación del caso Boumediene se aplica punto por punto tanto a Bagram como a Guantánamo”. El gobierno de Obama anunció que impugnaría el fallo, con lo cual su Departamento de Justicia, concluye Greenwald, se colocó “claramente a la derecha de un poder extremadamente conservador y favorable al Ejecutivo –los 43 jueces nombrados por Bush–, en lo tocante a asuntos de poder ejecutivo y detenciones violatorias del proceso debido”, y en violación radical de las promesas de campaña de Obama y sus posturas anteriores.

El caso Rasul versus Rumsfeld parece seguir una trayectoria similar. Los demandantes sostenían que Rumsfeld y otros altos funcionarios fueron responsables de las torturas a las que se les sometió en Guantánamo, adonde se les envió después de ser capturados por el señor de la guerra uzbeko Rashid Dostum. Afirmaban que habían viajado a Afganistán para ofrecer ayuda humanitaria. Dostum, notorio rufián, era el líder de la Alianza del Norte, facción afgana apoyada por Rusia, Irán, India, Turquía y los estados del centro de Asia, y por Estados Unidos cuando atacó Afganistán, en octubre de 2001.

Dostum los entregó a la custodia estadunidense, supuestamente a cambio de una recompensa. El gobierno de Bush intentó que el caso se sobreseyera. En fecha reciente el Departamento de Justicia de Obama presentó una moción en apoyo a la postura del gobierno anterior de que los funcionarios no eran culpables de tortura y otras violaciones al proceso debido, sobre la base de que los tribunales todavía no precisaban los derechos de que gozaban los prisioneros.

También se ha informado que el gobierno de Obama pretende revivir las comisiones militares, una de las violaciones más graves al estado de derecho perpetradas en los años de Bush. Existe una razón, según William Galverson, del New York Times: “Funcionarios que trabajan en el asunto de Guantánamo dicen que los abogados del gobierno están preocupados de que vayan a enfrentar obstáculos significativos para enjuiciar a algunos sospechosos de terrorismo en tribunales federales. Los jueces podrían poner dificultades para procesar a detenidos que fueron sometidos a tratamiento brutal, o impedir que los fiscales utilicen testimonios de oídas recabados por agencias de inteligencia”. Al parecer, lo consideran una grave falla del sistema de justicia penal.

Creación de terroristas

Aún se debate mucho si la tortura ha sido eficaz para obtener información; la premisa, al parecer, es que si es eficaz, entonces está justificada. Según el mismo argumento, cuando Nicaragua capturó al piloto estadunidense Eugene Hasenfuss, en 1986, luego de derribar su avión, en el que llevaba ayuda para las fuerzas de la contra, respaldadas por Washington, no debió ser juzgado y, una vez hallado culpable, devuelto a Estados Unidos, como hizo Nicaragua. Se debió haber aplicado el paradigma de tortura de la CIA para tratar de extraer información acerca de otras atrocidades terroristas que se planeaban en Washington, lo que no era asunto menor para un país minúsculo y empobrecido, sujeto a un ataque terrorista de la superpotencia global.

Conforme a las mismas normas, si los nicaragüenses hubieran podido capturar al principal coordinador terrorista, John Negroponte, entonces embajador en Honduras (más tarde nombrado primer director de Inteligencia Nacional, en esencia un zar del contraterrorismo, sin que se oyera un solo murmullo), debieron haber hecho lo mismo. Cuba habría estado justificada en actuar en forma similar si el gobierno de Castro hubiera logrado echar el guante a los hermanos Kennedy. No hay necesidad de mencionar lo que sus víctimas habrían hecho a Henry Kissinger, Ronald Reagan y otros destacados comandantes terroristas, cuyos logros dejan en vergüenza a Al Qaeda, y quienes sin duda poseían amplia información que habría evitado nuevos ataques de “bombas de tiempo”.

Tales consideraciones nunca parecen aflorar en la discusión pública. Existe, desde luego, una respuesta: nuestro terrorismo, aunque sin duda es terrorismo, es benigno, puesto que deriva de la ciudad en la colina. Tal vez la culpabilidad sería mayor, según las normas morales prevalecientes, si se descubriera que la tortura del gobierno de Bush costó vidas estadunidenses. Ésa es, de hecho, la conclusión a la que llega el mayor Matthew Alexander [es un seudónimo], uno de los interrogadores más curtidos de Estados Unidos en Irak, quien obtuvo “la información con la cual las fuerzas armadas pudieron localizar a Abu Musab al Zarqawi, jefe de Al Qaeda en Irak”, según informó Patrick Cockburn, corresponsal de The Independent en Irak.

Alexander no siente más que desprecio por los crueles métodos de interrogación del gobierno de Bush: según cree, el uso de la tortura por Estados Unidos no sólo no obtiene información útil, sino “ha resultado tan contraproducente, que podría haber conducido a la muerte de tantos soldados estadunidenses como víctimas civiles causó el 11/S”. A partir de cientos de interrogatorios, Alexander descubrió que combatientes extranjeros llegaron a Irak en reacción a los abusos en Guantánamo y Abu Ghraib, y que ellos y sus aliados domésticos recurrieron a los ataques suicidas y otros actos terroristas por las mismas razones.

También hay creciente evidencia de que los métodos de tortura que estimularon Dick Cheney y Donald Rumsfeld crearon terroristas. Un estudio de caso cuidadosamente estudiado es el de Abdallah al Ajmi, encerrado en Guantánamo bajo el cargo de “participar en dos o tres combates con la Alianza del Norte”. Terminó en Afganistán después de fracasar en el intento de llegar a Chechenia para combatir a los rusos. Luego de cuatro años de tratamiento brutal en Guantánamo, se le devolvió a Kuwait. Más tarde logró llegar a Irak y, en marzo de 2008, se lanzó en un camión cargado de bombas contra un complejo militar iraquí, acción en la que perecieron él y 13 soldados: fue “el acto de violencia más malvado cometido por un antiguo detenido en Guantánamo”, según el Washington Post y, según su abogado, el resultado directo de su encarcelamiento abusivo. Tanto como esperaría una persona razonable.

Nada excepcionales

Otro socorrido pretexto para torturar es el contexto: la “guerra al terror” que Bush declaró después del 11/S. Un crimen que dejó “obsoleto” el derecho internacional tradicional, según dijo a Bush su consejero legal, Alberto Gonzales, más tarde nombrado procurador general. Esta doctrina ha sido reiterada en una forma u otra en comentarios y análisis.

Sin duda, el ataque del 11/S fue único en muchos aspectos. Uno es el lugar hacia donde apuntaban las armas: típicamente lo hacen en dirección opuesta. De hecho, fue el primer ataque de importancia en territorio de Estados Unidos desde que los británicos incendiaron Washington, en 1814.

Otro rasgo singular fue la escala del terror perpetrado por un actor no estatal. Horripilante como fue, pudo haber sido peor. Supongamos que los perpetradores hubieran atacado la Casa Blanca, dado muerte al presidente e impuesto una despiadada dictadura militar que hubiera asesinado a entre 50 mil y 100 mil personas y torturado a 700 mil, organizado un enorme centro terrorista internacional que cometiera asesinatos y ayudara a imponer dictaduras militares comparables en otros lugares, y aplicado doctrinas que desmantelaran la economía en forma tan radical, que el Estado hubiera tenido que tomarla virtualmente a su cargo unos años después.

Eso habría sido sin duda mucho peor que el 11 de septiembre de 2001. Y ocurrió en Chile, en tiempos de Salvador Allende, en lo que los latinoamericanos llaman a menudo “el primer 11/S”, en 1973. (Los números de arriba se cambiaron por sus equivalentes per cápita en Estados Unidos, forma realista de medir crímenes.) La responsabilidad del golpe militar contra Allende se puede rastrear directamente hasta Washington. Como es de suponerse, esta analogía, por lo demás muy apropiada, no está en la conciencia pública aquí en Estados Unidos, y los hechos se adscriben a ese “abuso de la realidad” que los ingenuos llaman “historia”.

También se debe recordar que Bush no declaró la “guerra al terror”, sino la redeclaró. Veinte años antes, el gobierno de Reagan asumió el cargo declarando que un aspecto central de su política exterior sería una guerra al terror, “la peste de la era moderna” y “un retorno a la barbarie en nuestro tiempo”, por ilustrar la febril retórica de la época.

Esa primera guerra de Estados Unidos contra el terror también ha sido borrada de la conciencia histórica, porque su resultado no se puede incorporar con facilidad en el canon: cientos de miles asesinados en los países arruinados de Centroamérica y muchos más en otras partes, entre ellos alrededor de un millón 500 mil muertos en las guerras terroristas patrocinadas en naciones vecinas de la aliada favorita de Reagan, la Sudáfrica del apartheid, la cual tenía que defenderse del Congreso Nacional Africano (CNA) de Nelson Mandela, uno de los “más notorios grupos terroristas” del mundo, según determinó Washington en 1988. En estricta justicia, debe añadirse que, 20 años después, el Congreso votó en favor de retirar al CNA de la lista de organizaciones terroristas, para que Mandela pudiese por fin entrar en Estados Unidos sin necesidad de un salvoconducto gubernamental.

La doctrina imperante en el país es llamada a veces “excepcionalismo estadunidense”. No es nada de eso: más bien parece estar cerca de un hábito universal de las potencias imperiales. Francia ensalzaba su “misión civilizadora” en sus colonias, mientras su ministro de Guerra llamaba al “exterminio de la población indígena” de Argelia. La nobleza británica era una “novedad en el mundo”, declaró John Stuart Mill, a la vez que instaba a esa potencia angélica a no retrasar más la completa liberación de India.

De manera similar, no hay razón para dudar de la sinceridad de los militaristas japoneses de la década de 1930, quienes llevaban un “paraíso en la Tierra” a China bajo la benigna tutela japonesa, mientras arrasaban Nanking y emprendían campañas en el norte rural chino bajo el lema “quema todo, saquea todo, mata todo”. La historia está repleta de similares episodios gloriosos.

Sin embargo, mientras esas tesis “excepcionalistas” permanezcan firmemente arraigadas, las ocasionales revelaciones del “abuso de la historia” a menudo resultan contraproducentes y sólo sirven para borrar crímenes terribles. La masacre de My Lai fue una mera nota al pie en las gigantescas atrocidades de los programas de pacificación posteriores al Tet, que se han pasado por alto mientras la indignación en Estados Unidos se enfoca en un solo crimen.

Watergate fue criminal sin duda, pero el furor al respecto desplazó crímenes incomparablemente peores dentro y fuera del país, entre ellos el asesinato, organizado por la FBI, del organizador negro Fred Hampton, como parte de la infame represión desatada por el Programa de Contrainteligencia (Cointelpro), o el bombardeo de Cambodia, por mencionar sólo dos ejemplos monumentales. La tortura es malvada de por sí, pero la invasión de Irak fue un crimen mucho peor. Por lo común, las atrocidades selectivas tienen esta función. La amnesia histórica es un fenómeno peligroso, no sólo porque socava la integridad moral e intelectual, sino también porque echa los cimientos para crímenes por venir.

Tomado de La Jornada Traducción: Jorge Anaya.

COMPAÑERO (PVP) / RECOSUR


ARGENTINA

II. MUY POBRES CONTRA MENOS POBRES

02/06/09

Por Alfredo Grande

“La exclusión necesariamente supone pobreza. Pero la pobreza no supone, necesariamente, exclusión.” “Hay miedo a la libertad pero no hay pánico a la esclavitud. Sonamos.” (aforismos implicados)

Matan a tiros a un chico de 16 años en medio de una pelea por un predio Se enfrentaron ocupantes y vecinos que rechazan una usurpación. Hay, además, cinco heridos.

El conflicto en torno al predio de Lanús Oeste donde se iba a hacer una planta de la Asociación de Curtidores y que fue tomado hace más de 20 años, ayer terminó en tragedia: un chico de 16 años murió a balazos y cinco personas resultaron heridas, tras un enfrentamiento entre vecinos de Villa Diamante y ocupantes del asentamiento. Según informó la Policía bonaerense, por la muerte quedó demorado un vecino de 60 años, a quien se acusa de haber efectuado los disparos desde el techo de su casa.

Los incidentes empezaron cerca del mediodía, cuando unos 250 ocupantes del predio de 36 hectáreas se dirigían a protestar a la sede de la Asociación de Curtidores de Buenos Aires (ACUBA), acompañados por un patrullero. En el camino atravesaron el barrio Villa Giardino, en Villa Diamante. Según fuentes policiales, cuando llegaron a la esquina de Florida y Primero de Mayo un hombre salió de su casa y empezó a insultarlos. Los manifestantes respondieron y tiraron piedras, una de las cuales le rompió un vidrio a un auto estacionado, que era del hijo del dueño de casa. Furioso, el hombre buscó un arma, subió al techo y empezó a disparar. Además de matar a Contreras, hirió a tres hombres y dos mujeres, que fueron trasladados al Hospital Gandulfo.

El vecino, que quedó demorado en la comisaría 5ª de Lanús, fue identificado como Antonio Baldazarre, de 60 años, y sería italiano. Según señalaron algunas fuentes, en el lugar habrían hallado una pistola calibre 22, otra 9 milímetros y una carabina. (Diario Crítica de la Argentina 30/05/09)

(APe).- La lucha de clases nunca termina. Las formas que toma a veces son inescrutables. Y muy alejada del deseado enfrentamiento entre burguesía y proletariado. Entre otras varias cosas, porque el poder burgués logró reciclarse como neoliberalismo y al proletariado se lo flexibilizó de tal modo que, si antes no logró unirse, ahora está separado en multiplicidad de identidades. Es cierto que algunas gozan de personería jurídica, y otras tienen personería histórica y política. Pero la contradicción fundante que haría estallar al capitalismo, se fue diluyendo desde los 90. Mirar la bancarrota del General Motors con alegría, me parece similar a la alegría de los riverplatenses cuando Boca fue eliminado de la copa. En el mal de muchos, solo los tontos encuentran consuelo. Sin discutir si somos tontos, sí puedo afirmar que somos muchos los que no buscamos las formas más banales del consuelo. La actualidad de nuestra cultura nos sorprende en dos aspectos que, en cierto sentido, son inesperados, o al menos, no eran esperables: 1) la confirmación de la teoría del derrame, pero es un derrame contaminado. Según los gurúes, ya que no los gurises, el enriquecimiento sin fin de los muy ricos derramaba sobre el empobrecimiento sin fin de los muy pobres. No era una profecía de la equidad, el mercado nos libre, pero al menos la publicidad de una distribución berreta de una infinitesimal parte de la riqueza. O sea: derramaba champán extra brut frizé de la copa de los poderosos, y goteaba termidor en tetra en los vasitos de cartón reciclados de los impotentes. O sea: no es solamente el tema de la cantidad sino lo que denomino “el salto cualitativo invertido”. Una dialéctica donde no hay superación, sino una constante degradación a formas primarias de resolución del conflicto social. Los genocidios de diversa intensidad como solución no final, sino permanente, del exceso de población sobrante. 2) La dialéctico del amo y el esclavo remixado como estática del excluido / incluido. La lucha de clases congelada, suspendida en el tiempo y el espacio histórico político, inaugura la tragedia del pasaje de la clase a la casta. La población sobrante se convierte literalmente en nicho del mercado. En tanto no tiene la menor ocasión ni posibilidad de consumir, el sistema capitalista predador los manda por centenares al peor de los nichos posibles: el de las perversas estadísticas del Indec. Por algo digo: cuando un funcionario arma un registro único, lo único que tiene es el registro. No solamente abandonan todo intento de transformar el mundo, sino que pretenden que registrarlo es condición necesaria y suficiente del acto de gobernar. Sumamos estos dos elementos: derrame contaminado y encuentro de una clase y una casta. El estado de derecho, supuesto árbitro del conflicto social, degrada a una fila de centuriones impidiendo de una manera laxa, la batalla cuerpo a cuerpo. Es un enfrentamiento atávico entre nómades por necesidad, contra sedentarios por deseo. La necesidad tiene cara de hereje, y la mayor herejía para el sistema capitalista sería satisfacerla. Los herejes golpean en el baluarte de la patria burguesa: la familia y la propiedad. La tradición es negociable, los otros términos no. Incluso la familia puede estar perforada por la violencia, el abuso sexual, el incesto, el irredento machismo reciclado, pero es un packaging que los sistemas de dominación no pueden abandonar. En cierto sentido, toda familia adopta códigos mafiosos de supervivencia. Por ejemplo: la mafia del danonino, mientras 30 niños menores de un año son asesinados diariamente por un arma mortal registrada, no en el Renar, sino en los ¿tres? poderes del Estado de Derecho. Estos sedentarios no hacen diferencia entre la cantidad de estrellas que mide su sedentarismo, desde el precario hasta las orgullosas torres construidas en meses y que, por la dudas, intentan no ser gemelas. La civilización de los metros cuadrados propios, aunque pocos, contra la barbarie de los asentamientos en terrenos contaminados. Las familias patricias hicieron asentamientos 5 estrellas, posteriormente denominadas estancias. Los sedentarios de esas tierras, los pueblos originarios, fueron exterminados. Pero como era un desierto, conquistarlo fue la jactancia de los no intelectuales. En este desarrollo de la pampa y ciudad bárbara, no hay desierto, ni siquiera metafórico, que valga. Lo que me preocupa es que la barbarie ecológica que termina con bosques para transformarlos en desiertos (alguien podría escribir la parábola de Aníbal, el huno, a Globocopatel)sea en realidad una forma de pensar la solución permanente del conflicto social y político: que los nómades no sean siquiera sombra de su sombra. Que sean reabsorbidos por un desierto donde solo habrá espacios para autopistas con peaje/pernadas contundentes, y castillos interconectados por redes alámbricas de 220 voltios y redes inalámbricas de muchísimas megas. Multiplicidad de castas organizarán la vida de diferentes tribus, con un código de barras en el culo para poder identificar fácilmente al que lo está rompiendo (estado, ONG, corporación, banco transnacional, particular). Los faraones estarán más allá de toda justicia, incluso la denominada por mano propia. Pero al menos, mientras podamos, evitemos una fatal confusión: no son pobres contra pobres. Los pobres unidos quizás serán vencidos, pero no se exterminarán entre ellos. La única solidaridad posible se encuentra todavía entre ellos. La fórmula “pobres contra pobres” encubre, más allá o mas acá de la voluntad de las partes, que la contra es siempre de las castas propietarias… de algo. Lo único que siempre tendrá cara de hereje es la defensa irrestricta de cualquier forma de inclusión. La pobreza cuando es menos que la exclusión, también es cultivo propicio de un dengue político y social, es decir, del modo fascista de concebir la vida. Los muy pobres/excluidos ya no podrán ser proletarios, pero solamente en alguna forma de unión podrán recuperar alguna forma de fuerza.

Agencia de Noticias Pelota de Trapo / RECOSUR


 

CUBA

III. ¿CUBA EN LA OEA?

Atilio A. Boron

ALAI AMLATINA, 03/06/2009.- Luego de 47 años la 39ª Asamblea General de la OEA selló ayer un acuerdo para derogar por unanimidad la exclusión de Cuba aprobada en 1962. La resolución no impone condiciones a Cuba, aunque establece mecanismos que deberían ponerse en marcha en (el improbable) caso de que La Habana expresara su deseo de retornar a la OEA. La noticia da pie a diversas consideraciones.

Primero, la resolución es un síntoma de los grandes cambios que han tenido lugar en el panorama sociopolítico de América Latina y el Caribe en los últimos años y cuyo signo distintivo es la persistente erosión de la hegemonía norteamericana en la región. La derogación de aquella ignominiosa resolución impuesta por la administración Kennedy revela la magnitud de las transformaciones en curso y que la Casa Blanca acepta a regañadientes. De este modo se repara ­si bien tardía y parcialmente- una decisión de inmoralidad manifiesta y que ha pesado como un intolerable baldón sobre la OEA y sobre los gobiernos que con sus votos, o su abstención, facilitaron los planes del imperialismo norteamericano. Este, al no poder derrotar militarmente a la Revolución Cubana en Playa Girón optó por erigir un “cordón sanitario” para evitar que sus influjos emancipadores se contagiaran a los demás países del área. Intento que, por cierto, fracasó rotundamente.

Segundo, el debilitamiento de su hegemonía no significa que Estados Unidos renuncie a apoderarse, por otros medios, de los recursos y las riquezas de nuestros países o a tratar de controlar a nuestros gobiernos apelando a otros expedientes. Sería un error imperdonable pensar que debido a este declive de su capacidad de dirección política -e intelectual y moral a la vez- el imperialismo depondrá sus armas y comenzará a relacionarse con nuestros países en un pie de igualdad. Todo lo contrario: ante el declinar de su hegemonía su respuesta fue nada menos que la activación de la Cuarta Flota, con el propósito de lograr por la fuerza lo que en el pasado obtenía por la sumisión o complicidad de los gobiernos de la región. Y Obama no ha emitido la menor señal de que piensa cambiar esa política.

Tercero: Cuba, así como los demás países de Nuestra América, nada tienen que hacer en la OEA. Tal como lo hemos señalado en innumerables oportunidades, esta institución reflejó un momento especial en la evolución del sistema interamericano: el de la absoluta primacía de Estados Unidos. Esa etapa ya ha sido superada, y no tiene vuelta atrás. La maduración de la conciencia política de los pueblos de la región hizo que aún gobiernos muy afines a la Casa Blanca no tengan otra opción que enfrentarse a Estados Unidos en la condena al bloqueo de Cuba y, en San Pedro Sula, a derogar la decisión de 1962. Ante esta situación, la OEA está condenada por su larga historia como dócil instrumento del imperialismo: legitimó invasiones, asesinatos políticos, magnicidios, (algunos, como el de Orlando Letelier, perpetrados en Washington), golpes de estado y campañas de desestabilización contra gobiernos democráticos. Fue ciega, sorda y muda ante las atrocidades del “terrorismo de estado” auspiciado por Estados Unidos y ante políticas criminales como el Plan Cóndor. Cuando en Mayo del 2008 estalló la crisis en Bolivia el conflicto fue rápidamente solucionado por los países de América Latina sin que la OEA jugara papel alguno. No hizo falta. No hace más falta.

Cuarto: lo que sí hace falta es fortalecer y coherentizar sin más dilaciones los diversos proyectos de integración de los países de América Latina y el Caribe, como el ALBA o la UNASUR, iniciativas distintas pero que expresan la realidad contemporánea de la región. La OEA, en cambio, es una institución insanablemente anacrónica y por eso mismo inservible: representa un mundo que ya no existe sino en los delirios de los nostálgicos de la Guerra Fría y por eso no puede hacer ninguna contribución para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo. Después de haber derogado la resolución de 1962 le haría un gran servicio a la humanidad si decidiera disolverse.

- Dr. Atilio A. Boron, director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires, Argentina.

Agencia Latinoamericana de Información / RECOSUR


Boletín - Socios - Declaraciones - Encuentros - Contactarnos - Ediciones anteriores



   

  

  

  

     

Autorizamos la reproducción citando la fuente

Es una publicación periódica de Comcosur para Recosur  y cuenta con el apoyo del  SERVICIO DE LAS IGLESIAS ALEMANAS PARA EL DESARROLLO (EED)

© 2008 Recosur - Todos los derechos reservados

comcosur recosur autofocusamarc-uruguay  eternautas