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URUGUAY
UN TESTIMONIO DE MUJER
Yessie Macchi
En nuestro último boletín
RECOSUR
No.476, del
miércoles 7 de mayo del 2003,
se transcribió un artículo de Kintto Lucas, publicado en el quincenario
Tintají, en Quito. A él nos referimos en este nuevo aporte a la discusión
sobre el socialismo.
No es casual que con Kintto Lucas compartamos no sólo la ciudadanía uruguaya
sino también otras raíces más profundas, aquéllas que aún transplantadas a
otras tierras, conservan su encorvada estructura que la fijan a principios
inquebrantables, entre ellos a la de la honestidad (personal, política, en
fin, no hay terrenos privados cuando de ética se habla).
Debo agradecerle al colega, además, haberme decidido a decir lo que siento,
algo que siempre me lo he planteado y hecho, pero que en esta polémica
actual sobre Cuba por implicancias personales no lo hice, me retraje al
silencio, no aquel silencio oportunista de los cómplices de un lado o de
otro, sino al protector: es que verán, estoy casada con un cubano y no he
querido lastimarlo o confundir mis percepciones políticas con las de él, ser
independiente y con sus propias convicciones gracias a la revolución que
comenzó en 1959.
Viví dos años en Cuba, el primero en 1968, cuando fui como representante de
mi grupo político a la isla. Era el "año del guerrillero heroico", y un
pueblo alegre, bullangero, que trabajaba 7 días a la semana ya que el fin de
semana era de trabajo voluntario (no instituído, sino realmente voluntario)
y que siempre encontraba tema de debate, me recibió, me puso un machete en
la mano para cortar caña y limpiar montes, y plantas de café para colocar en
el terreno de un campamento de luchadores latinoamericanos que vivíamos
comunitariamente. Me vi envuelta en los aires de liberación, en los
huracanes de la dignidad de aquel pueblo, en las polémicas de cómo construir
el socialismo. Entendí en mis propias tripas el sentido de mi lucha y de la
de todos y todas en nuestra América pobre.
Treinta años después, 1998, volví por otro año, esta vez invitada por el
rector de la Universidad de LA Habana para realizar una investigación
académica. También ahí me recibió un pueblo alegre y bullangero, que
trabajaba menos horas legalmente, pero muchas más haciendo "sus negocios",
es decir buscando formas de sobrevivir que son llamadas ilegales y sin las
cuales no podría alimentarse hasta fin de mes. Este pueblo debatía de
política cada vez menos y en voz baja, sólo en grupos de amigos, aunque más
se hablaba de pelota y de mujeres, o de los "negocios" que se podrían hacer.
En este pueblo ya comenzaba a haber muy distintos niveles de vida. Claro,
hay que distinguir: al hablar de pueblo me refiero al cubano o cubana de la
calle, no al afiliado al Partido Comunista o a cualquier organización
oficial del gobierno. Ellos también son parte del pueblo pero no debaten:
repiten, como en una larga letanía, el mismo rosario ya vacío de gran parte
de su contenido que les fue enseñado por sus superiores. Me vi envuelta en
la apatía, en el miedo a expresarse públicamente, en el exitismo de las
brisas de un Caribe cuyas playas hermosas sólo eran permitidas para
turistas. Entendí que algo había cambiado, mis tripas me decían que el
"proceso cubano" estaba engendrando conciencias confusas, amordazadas, en
muchos y muchas admirables cubanas, grandes amigos en veladas de ron donde
yo desvariaba sobre el curso de las revoluciones. y ellos escuchaban,
asentían pero en general seguían agarrados al madero "fidel" para no
ahogarse. Con honrosas excepciones.
Cuando volví al Uruguay, no tenía dónde volcar mis inquietudes. La gente no
me preguntaba nada, y si lo hacían, era para que contestara lo que querían
escuchar. No hay peor sordo que el que no quiere oir.
Yo también creo en ese maravilloso pueblo cubano, que dejó sangre y
solidaridad en tantos lugares de este planeta. Creo en él porque sé que
antes que nada es patriota y porque no ha perdido la ternura ni la
generosidad. Y porque no dudo que ante la monstruosidad del Goliat, en su
cabeza y corazón habrá una sola consigna: "Hasta la victoria siempre".
En la eventualidad de una intervención armada de los gringos, no vacilo en
decir que acompañaré a mi esposo a combatirla.
Pero no por eso me callaré ante lo que creo que son errores en la conducción
de Cuba, porque creo que me gané ese derecho, a polemizar política e
ideológicamente, luego de largos años de militancia y de cárcel para que
nuestros pueblos latinoamericanos pudieran aspirar a ser totalmente libres,
en lo colectivo y en lo individual. No existe tal cosa como la libertad de
un pueblo si uno solo de sus integrantes no es totalmente libre para
participar, opinar, formarse una conciencia crítica, sin censura o autocensura.
He leído con asombro miles de páginas en internet donde muchos respetados
izquierdistas utilizan la misma línea de razonamiento que Bush cuando
proclamó que "O están con nosotros o están con el terrorismo". Estos
izquierdistas nos dicen, de una forma u otra: "O están con Cuba o están con
el imperialismo". Con eso -digno del mejor funcionario stalinista-
descalifican cualquier sano debate sobre qué tipo de socialismo aspiramos
para nuestros pueblos.
Ante esto yo digo: estuve, estoy y estaré siempre al lado del pueblo cubano,
de ese soberano pueblo que le dijo BASTA a los yanquis, de ese orgulloso
pueblo cubano que no se amilanó nunca contra los terroristas de Miami. Y
estuve, estoy y estaré siempre al lado de la libertad de pensamiento, de la
participación directa en favor del ciudadano con conciencia crítica que
garantice que ninguna revolución se enquiste o pierda la mística que debe
sostenerla. Porque sin esa mística, sin ese amor correspondido, no puede
haber libertad.
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