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URUGUAY
1) DIA DEL ORGULLO GAY
El pasado 21 de junio que inició una recolección de firmas en apoyo a la campaña
de apoyo a los derechos de la diversidad sexual lanzada por Amnistía
Internacional Uruguay/Lgttb, Grupo Diversidad (lésbico, gay, travesti,
transexual, intersexual, bisexual) HPI (Hermanas de la Perpetua Indulgencia,
Uruguay) y Biblioteca Glttib.
Estas firmas se seguirán juntando hasta octubre por los grupos convocantes, en
varios lugares de Montevideo y del interior del país. El texto a firmar es el
siguiente:
"1. La diversidad es un valor fundamental en todos los aspectos de la vida, y la
sexualidad no constituye una excepción.
2. En una sociedad laica y democrática, deben ser respetados los derechos
-individuales, sociales, laborales, sea cual sea su orientación sexual,
identidad sexual o identidad de género.
3. En ese marco, deben ser reconocidos legalmente los vínculos afectivos y de
convivencia desarrollados por personas lesbianas, gays, travesti, transexuales,
intersexuales y bisexuales."
Recordemos la historia que ha marcado el 28 de junio como el Día del Orgullo
Gay: en Nueva York, entre el 27 y el 29 de junio de 1969, tuvo lugar la
"Rebelión de Stonewall",cuando las fuerzas represivas del gobierno atacaron el
bar gay Stonewall, dejando varios muertas atrás, pero provocando también la
reacción de éstos, quienes defendieron, en desigualdad de condiciones, su
derecho a ser.
Vivimos en un país donde la homosexualidad es legal. Sin embargo, los actos
homofóbicos abundan.
"En julio de 2003 un hombre fue detenido y torturado en una comisaría de
Piriápolis por "orinar en la vía pública" pero los insultos que rodearon la
detención y los castigos fueron los tradicionales "puto", "maricón", etc. Salvó
su vida luego de un mes en estado de coma.
En agosto, el arzobispo de Montevideo, monseñor Nicolás Cotugno, declaró que la
homosexualidad es "una enfermedad", y aconsejó la cuarentena para las personas
que " la porten", dado su carácter presumiblemente contagioso. En Fray Bentos
también hubieron detenciones arbitrarias de jóvenes homosexuales, y se clausuró
un pub gay.
En Uruguay está vigente el nuevo enunciado del artículo 149 del Código Penal,
que incluye la orientación sexual y la identidad sexual entre los agravantes de
actos de violencia e incitación a la violencia por discriminación. Sin embargo,
el proyecto de Ley de Reproducción Humana Asistida aprobada en el Senado,
excluye del acceso a los servicios correspondientes a las parejas de lesbianas."
(extractos de artículo publicado en la República de las Mujeres)
El derecho a la libre orientación sexual es un derecho humano. El 28 de junio,
con tal motivo, se llevó adelante una marcha y concentración en Plaza Cagancha.
Comcosur Mujer
2) URUGUAY: PAÍS
LIBRE DE MUJERES POLÍTICAS
Ahora que tenemos en nuestro poder los resultados de las elecciones internas que
vivió el país el domingo 27 de junio pasado, me caben algunas reflexiones que
creo que son originales, ya que no las oí de ningún analista político. Viendo
los resultados me pregunto: ¿ qué pasó con las mujeres políticas? Salvo la
nacionalista Cristina Maeso, quien regularmente se postula como candidata a la
presidencia sabiendo de antemano que obtendrá muy pocos votos, prácticamente no
visualizamos la presencia femenina en las lista. ¿Es que las mujeres no inspiran
confianza ni aún entre las mismas mujeres? ¿Inspira inseguridad o algo de
debilidad el tener a una mujer en puestos de conducción política? Si es así,
¿por qué? Preguntas que sólo hallan contestación si pensamos en la imagen de
mujer que se proyecta en nuestra sociedad, y que los políticos hombres no se
encargan de cambiar.
Ni siquiera la cantidad de proyectos legislativos que deberían ser aprobados y
que favorecen directamente a la mujer, para lo cual se necesita presencia
femenina en las bancadas, han logrado romper con esta política patriarcal. Hemos
estado atentas a los spots televisivos y radiales de la campaña por esta
elección interna, y en ningún momento hemos visto las caras de Margarita
Percovich, Glenda Roldán, Beatriz Argimón o Mónica Xavier, que tanto han hecho
por la equidad de género en el parlamento. Ni siquiera la de Cristina Maeso que
solita se tira a la candidatura a presidenta.
Me podrán decir que las elecciones para decidir la integración de las listas del
Partido Socialista al Parlamento son una muestra de la presencia de mujeres en
la política. Me quedo pensando, y luego descubro que, a pesar de que Daisy
Tourné fue la más votada por las bases para encabezar la lista a diputados del
PS por Montevideo, y que Mónica Xavier estará en segundo lugar de la lista para
el Senado, (en el único partido que reglamentó que el 30% de las figuras
políticas debían ser mujeres), en el momento de hacer alianzas, esta bancada
nutrida de mujeres probablemente se desvanezca. La trampa generada por esta
particularidad del sistema electoral queda claramente reflejada en la
integración de la lista 90 a la Convención Nacional, donde en vez de dos mujeres
cada cinco, en los primeros 20 lugares hay sólo cuatro mujeres.
¿Entonces, todo lo discutido en el Parlamento cuando se presentó el proyecto de
ley de cuotificación por género, fue en vano? Así parece. La resistencia es muy
fuerte entre los varones. Niké Jonson, investigadora de ciencias políticas de la
Universidad de la República, aporta lo siguiente: "Un caso llamativo es el de la
lista 567 del sublema Unión Frenteamplista, cuya foto, en vez de mostrar a sus
dirigentes, muestra un grupo de 22 personas que uno supone son integrantes de la
clase trabajadora que representa su base de apoyo. Pero, ¿de qué clase
trabajadora se trata? ¿La del Uruguay donde las mujeres representan casi un 50
por ciento? Parece que no: de las 22 figuras, una con suerte podría ser una
mujer."
Si hacemos un análisis partido por partido, nos encontramos con que la presencia
de candidatas entre los primeros 20 lugares de las mayores listas montevideanas
(ni hablemos del interior del país) a la Convención Nacional da una tasa global
de un 20 por ciento para cada uno de los tres grandes partidos. Las listas del
Partido Nacional son las que ubican a mujeres en posiciones más altas, las del
Partido Colorado tienen una sola mujer entre los primeros 20, y en el caso de la
izquierda progresista el Movimiento de Participación Popular, el sublema más
votado dentro del Frente Amplio, Encuentro Progresista, Nueva Mayoría es la que
menos candidatas (dos) tiene entre estos lugares. Esto no nos sorprende,
teniendo en cuenta la actitud y línea política profundamente machista de esta
grupo político, que ni votó la cuotificación ni llamó la atención a su senador
Eleuterio Fernández Huidobro, quien votó en contra del proyecto de Ley de Salud
Sexual y Reproductiva, herramienta que hubiera sido muy útil para terminar con
las mutilaciones y muertes de mujeres producto de abortos inseguros.
Por supuesto que, como hemos dicho en anteriores boletines, sabemos que el tener
un útero no significa tener una conciencia de género. La historia contemporánea
nos trae sobrados ejemplos de esto. Pero hay más posibilidades que esto ocurra,
que se pueda generar una conciencia de género con mujeres en lugares de decisión
política, que con hombres que dicen contemplar los temas de género.
Esto nos lleva de la mano a otra reflexión: no conocemos ninguna propuesta de
ninguno de los tres partidos grandes que contemple la situación de
discriminación que vive la mujer en este país, y mucho menos la de otros grupos
con orientaciones sexuales diversas. Para votar, es necesario que las mujeres
conozcamos qué puntos programáticos nos favorecen. Por supuesto que terminar con
el hambre es uno de ellos, y toda la campaña electoral, salvo la colorada,
estuvo centrada en esto. También la implementación de distintas políticas
sociales. Pero las mujeres somos algo más que eso, o sea que un o una
beneficiaria más de algunos cambios de corte asistencial. Somos un género que
necesita políticas específicas, alguien que atienda nuestra situación de jefas
de familia, alguien que se ocupe de controlar que no haya discriminación laboral
ni violencia doméstica, que podamos elegir libremente sobre nuestro cuerpo y su
condición reproductora, que seamos libres de la opresión histórica masculina.
Hay muchos temas que son un débito del sistema político con las mujeres.
Yo me atrevería a sugerir un Ministerio de la Mujer. Me dirán que en la
emergencia social no habrá rubros para crear un nuevo ministerio. Creo que en
eso estarían equivocados, porque lo que hay ahora son dineros públicos mal
distribuidos. Con un buen gobierno, el sobrante de lo que antes se destinaba a
clientelismo político, a los famosos ñoquis, a los banqueros y a gente corrupta,
bien podría destinarse para una institución que manejara los intereses de más de
la mitad de la población uruguaya. Intereses siempre postergados en aras del mal
llamado "bien colectivo". En los colectivos, trabajamos nosotras y deciden los
hombres.
Que lo piensen quienes en el futuro se ocuparán de este país. Y que pongan las
barbas en remojo, porque puede ser que algún día, de sorpresa, las mujeres
digamos BASTA y votemos o no de acuerdo a nuestros intereses de género y clase,
dos conceptos no contemplados por ningún grupo político del Uruguay en este
momento. Recordemos: no hay socialismo sin feminismo, porque esto le resta
amplitud. Tampoco hay feminismo sin socialismo porque eso le resta estrategia. A
quien le toque, que se ponga la saya.
Yessie Macchi
DEBATES
Normalmente Comcosur Mujer cuida mucho la extensión de sus notas para no aburrir
a sus lectores y lectoras. Sin embargo, la nota que sigue nos resulta
especialmente interesante, ya que es una contestación a la que salió publicada
en COMCOSUR MUJER No. 73, llamada "Todos somos putas". Queremos fomentar los
debates, ya que ellos contribuyen al esclarecimiento de las ideas de todas y
todos quienes participan en ellos.
Comcosur Mujer
CARLO FRABETTI Y EL TRANSITO DE VENUS
Yo no quiero ser puta
Por Alicia Martínez (Rebelión)
En el artículo recientemente publicado en esta página con el título de “Todos
somos putas” (Rebelión miércoles 9 de junio de 2004 sección España) el
matemático escritor y puta -sic.- Carlo Frabetti llevaba a cabo una abierta
apología de la dignidad de este “oficio” en nombre del “derecho de
autodeterminación de las personas y los pueblos”. El argumento de Carlo Frabetti
-que es, dicho sea de paso, completamente irreprochable- podría presentarse
resumidamente de la siguiente manera: si defendemos la legitimidad del
terrorismo por qué no vamos a defender la de la prostitución. En efecto el
argumento es análogo a otro igual de concluyente que fue ya enunciado por Santo
Tomás de Aquino (Doctor de la Iglesia y “Príncipe de los Escolásticos”, conocido
también como el “Doctor Angelicus” por la sublime sutileza de sus razonamientos,
que aunque fueron escritos en la segunda mitad del siglo XIII nunca han dejado
de estar de actualidad desde entonces, sobre todo en el Vaticano, pero no
únicamente allí) y que era usado, en aquella ocasión, para defender la
legitimidad de la tortura, sobre la base de que: puesto que es legítimo aplicar
la pena de muerte también lo es torturar, ya que lo que se admite como válido
para el todo, ha de admitirse igualmente para la parte.
En efecto, a la base de este tipo de argumentaciones hay un principio que es de
sobra conocido para cualquier matemático desde los orígenes mismos del oficio,
el de que: el todo es igual a la suma de las partes; pero al que se añade aquí
otro que se da por sobreentendido, a saber, el de que: el todo no es nada más
que la suma de las partes. Sin embargo este otro principio no es ya un principio
matemático sino un postulado metafísico -muy útil, por ejemplo, para poder hacer
matemáticas- y es, por tanto, precisamente, uno de aquellos principios que eran
la especialidad del Doctor Angelicus -filósofo que, no en vano, sigue siendo aun
hoy no sólo el teólogo oficial de la Santa Iglesia Católica y Apostólica de
Roma, sino, desde tiempos más recientes (a través, por ejemplo, de los oficios
de algunos filósofos tan indudablemente rigurosos y admirables en tantos
sentidos como Gustavo Bueno) también el modelo de la deriva que parece condenado
a adoptar un cierto materialismo matematizante de raíz anarquista y cabreada
(sobre todo a medida que se va haciendo mayor)-.
Este principio metafísico es perfectamente justificable desde el punto de vista
de una concepción escatológica cristiana como la de Tomás, según la cual los
hombres no son sino partes de aquel todo cuya “salvación” está encomendada a la
Iglesia, a saber: el género humano, en cuyo nombre no sólo es legítimo, sino que
resulta incluso conveniente y hasta necesario, sacrificar a algunas de sus
partes integrantes (los individuos) -sacrificios que incluyen, claro está, no
sólo el martirio o la inmolación, sino también la tortura inquisitorial, el
tormento ejemplarizante y la ejecución sumaria-. De igual manera, el principio
está también plenamente justificado desde el punto de vista de una metafísica
materialista anarquista como la de Mijaíl Alexándrovich Bakunin, puesto que la
“liberación” de la Humanidad justifica igualmente el sacrificio de cuantos
integrantes de la misma sean necesarios -aunque fueran todos (“hágase justicia y
perezca el mundo”, decían los clérigos medievales y los terroristas anarquistas
del siglo pasado)-.
En efecto en ambos casos los sacrificios son únicamente corporales, y sería
propio de gentes muy pobres de espíritu el no estar dispuestos a afrontarlos si
es por defender causas tan elevadas. En el primer caso, los sacrificios afectan
sólo a ese “cuerpo místico de Cristo” -por decirlo con las bellas palabras de
San Pablo- que es su Iglesia, la cual se puede ver obligada a prescindir de
algunos órganos pecadores tal y como mandan las escrituras (“si tus ojos pecan,
arráncatelos...” etc.); en el otro sólo a ese conjunto de cuerpos moviéndose por
el espacio euclideo que son los seres humanos vistos desde una óptica
radicalmente materialista. El alma de unos y otros queda, en cambio, en ambos
casos, igualmente a salvo, o más aún que antes. En el primer caso porque sigue
siendo asunto únicamente de Dios el juzgarla -e incluso Él mismo puede
encargarse de enmendar los errores que nosotros hubiéramos podido cometer por
precipitación prescindiendo de algunos cuerpos innecesarios (“matadlos a todos
que Dios conocerá a los suyos” decían respecto de los sospechosos de herejía en
la Europa del siglo XVI ante las dificultades que planteaba el diferenciar a un
hugonote de un Ugolino -que es como se llamaba Gregorio IX el papa que fundó la
Inquisición-)-. En el otro caso, porque no existe tal cosa, a no ser que
llamemos “alma” a nuestro intelecto, o a ese órgano nuestro que llamamos
“cerebro” -como hace Frabetti en su artículo-; pero entonces éste en realidad
sólo comienza a peligrar cuando cometemos una inconsecuencia como la de
justificar el terrorismo y no la prostitución o legitimar la pena de muerte y no
la tortura, o cuando, en fin, una vez que hemos admitido que el todo no es ni
puede ser nada más que la suma de sus partes, nos negamos a admitir las
consecuencias que se derivan de ello y que con tanta claridad expusieron en su
momento Godofredo Leibniz y Baruch Espinosa, y siguen exponiendo aún hoy en día
en España (con los mismos medios, aunque no en los mismos medios) intelectuales
como Carlo Frabetti y Gabriel Albiac. Para que luego digan que se ha perdido en
el pensamiento español el espíritu de profundidad y el aliento metafísico.
Basta en efecto -como muy consecuentemente apunta Frabetti al final de su
artículo- con sustituir (como hacen a menudo los matemáticos en una fórmula) una
cosa por otra y con poner “Terrorismo de Estado” allí donde se pone “Barbarie
Integrista” y viceversa, o “prostitución” allí donde pone “libre iniciativa
empresarial”, o con poner “determinismo” y “fatalismo” donde pone
“autodeterminación” y “libertad” para convertir un discurso en el otro. Sobra
decir que poniendo en esos mismos lugares los términos “herejía”, “pecado”,
“Providencia” se obtienen discursos análogos a los que todavía hoy se conservan
en los monasterios de los frailes dominicos a título de apologías de otro oficio
-que también puede con justo merecimiento aspirar a ser uno de los más antiguos
del mundo-: el “Santo Oficio”.
Quienes ejercían este Santo Oficio se dedicaban -como de todo el mundo es
sabido- no sólo a defender los derechos de una violencia legítima por encima de
los de una violencia ilegítima (derechos que ellos no pretendían basar en
aquello que estipulan las leyes positivas de un Estado de Derecho, sino en algún
tipo de principio metafísico previamente postulado de un modo que además podría
denominarse -al menos desde el punto de vista de un pensamiento crítico- como
enteramente dogmático) sino también a ejercer efectivamente, y de hecho -y no
sólo de forma simbólica o retórica-, esa misma violencia sobre los cuerpos
reales de los condenados, sometiéndolos por su propia mano, o por la de sus
verdugos, al tormento y a la muerte. Sin embargo, en lo que concierne a los
apologetas de estas actividades, al menos hay que reconocer que la Iglesia
Católica siempre estuvo de acuerdo en admitir el carácter de “Dogmas” de
aquellos principios cuya validez y consecuencias se encargaba de defender la
Inquisición. El pensamiento materialista (al menos el de raíz anarquista
cabreada) no suele estar tan dispuesto a admitir el carácter dogmático de sus
presupuestos que prefiere presentar como puramente “racionales”, enteramente
lógicos, y hasta rigurosamente matemáticos y tan indeclinables como el resultado
de un cálculo.
Ahora bien, es precisamente allí donde lo que se pretende poner en juego son
principios “meramente” o “estrictamente” racionales, en donde cualquier
pensamiento crítico comienza a tener sospechas y puede empezar a buscar el
carácter dogmático de los presupuestos; al menos en el momento mismo en el que
tales principios pretenden imponerse a cosas que no son simplemente ideas o
pensamientos (“géneros” -como el género humano-, o “especies” -como esa especie
zoológica a la que pertenecen, efectivamente, los hombres considerados desde un
punto de vista meramente material-) sino que son también cuerpos (con sus manos
izquierdas y sus manos derechas, con su irreductibilidad intacta a pesar de su
indiscernibilidad, con sus concavidades y sus convexidades, entrantes y
salientes, interiores y exteriores, etc. cosas todas ellas que no pueden a la
vez desplegarse ante los ojos de la razón y hacen necesario el uso de los
recursos que nos proporciona el pensamiento discursivo y la metodología
estructural) y hasta cuerpos vivos (con sus penitas y sus dolores, alegrías y
regocijos, tan singulares y tan distintos que nunca pueden acabar de reducirse a
una fórmula y hacen necesario el uso de todos los recursos del método
fenomenológico). Esto ocurre tanto más cuando encima esos cuerpos resultan ser
los sitios en los que viven unas personas (sujetos históricos que hacen
necesario recurrir para ser captados en su peculiaridad al tipo de acercamientos
característicos de la hermenéutica). De manera que, aunque es verdad que existen
unos seres a los que se puede llamar con razón “animales racionales”, no se pude
decir que en ellos el todo sea meramente igual a la suma de las partes, y ni
siquiera que todas las partes puedan ser tratadas de la misma manera, porque el
resultado de juntar esas dos cosas da lugar a un ser con unas propiedades tan
distintas, respecto de las de sus componentes por separado, como lo son las
propiedades del agua respecto de las del oxígeno y el hidrógeno por sí solos. En
efecto no puede ser igual de racional que nosotros un ser que no sea además un
animal (un ángel, por ejemplo, o un intelectual cuyo único órgano sea, por
ejemplo, el cerebro, sin atender jamás, para nada, a otros como la sensibilidad)
ni puede ser igual de animal que los otros un bicho que además es capaz de
pensar (y que por eso puede serlo hasta más, y convertirse, propiamente, en una
auténtica bestia). Nadie hubiera podido llegar nunca siquiera a imaginar todas
las cosas de las que es capaz el agua, a diferencia de esos dos gases que la
componen, si se hubiera limitado a estudiar a aquellos por separado. Al fin y al
cabo, hasta nosotros mismos estamos hechos de eso en más de un 90%, y el resto
no son más que unos pocos minerales y metales, pero tampoco diría nadie por ello
que no seamos nada más que la suma de esas partes.
Las pretensiones de imponer los derechos y las razones de los pensamientos y de
los números, por encima de los de los cuerpos y de los de los animalillos y
personas que los habitamos empiezan a ser tanto más sospechosas desde el momento
en el que nos damos cuenta de que, al contrario de lo que ocurre con nuestras
teorías y nuestros postulados metafísicos -que siempre podemos cambiarlos o
buscar otros si nos hartamos de ellos o dejan de convenirnos- al menos de
momento sigue sin sernos posible mudarnos a otro planeta o a otro cuerpo. De
manera que, ciertamente, seguimos sin tener más remedio que continuar reclamando
el derecho de autodeterminación precisamente de éstos, y no de otros -sean
místicos o geométricos-. No obstante, ya puestos, quizás sería más interesante
intentar defender esos derechos desde un punto de vista más amplio que el que
suele proponerse -un paso más a favor de otra rebelión posible-,
interpretándolos verdaderamente como todos en términos estrictos, atendiendo
también a los caracteres peculiares e irreductibles de esos todos a los que da
lugar la coincidencia en un mismo sujeto de cosas tan diferentes como la
animalidad y la racionalidad, como intenta hacer un pensamiento crítico; en
lugar de seguir tratando de defender por separado los derechos de una cosa y de
la otra, o de limitarnos a defender los de una parte más o menos gorda de una
cosa o de la otra por encima de las demás, hasta tener que acabar luchando por
los derechos de los átomos de carbono y de las identidades idiosincráticas de
los puteros zaragozanos. A lo mejor ha llegado el momento de empezar a defender,
por ejemplo, la necesidad de una República Cosmopolita dotada de unas leyes
justas que la conviertan en un Estado de Derecho instituido a nivel planetario
-y, por tanto, de todas las iniciativas políticas que podamos entender como
conducentes a su establecimiento-, antes que los derechos de autodeterminación
del pueblo de Dios, o del pueblo de Euskadi, o del pueblo del Egido (a no ser
que lo queramos considerar “el pueblo elegido”, sea a éste último o sea a
cualquiera de los otros) o de defender la necesidad de que las mujeres puedan
acceder ya de hecho y de derecho a su condición de ciudadanas, antes que
preocuparnos por asegurar -siguiera indirectamente- los privilegios de los que
disfrutan en España aquellas pichas cuyos dueños pueden permitirse
económicamente el autodeterminarse a disfrutarlos.
Así, aun sin entrar a discutir la validez de los argumentos metafísicos
esgrimidos por los apologetas de la prostitución -entre los que se encuentran
figuras tan aparentemente distintas como Joaquín Sabina y San Agustín de Hipona-o
del terrorismo -entre los que se encuentran sin duda alguna tanto medios como El
País, como medios como Gara- lo que no se entiende muy bien es para qué es
necesario trabajar tanto legitimado las acciones que emprenden algunas de esas
partes, sin duda tan nobles, de algunos individuos, o de algunas sociedades o
pueblos, por gordas o pequeñas que sean, y tratar de justificar para ello cosas
tan difíciles de justificar como el terrorismo y la prostitución, intentando
ayudar con ello, sin duda, a otras, que son las víctimas de una determinada
situación -tratando así de dignificarlas, pero en su calidad de victimas-, con
lo infinitamente más fácil que es intentar defender la necesidad de la abolición
de cualquier clase de violencia ilegítima y de cualquier clase de esclavitud y
de explotación -si es que no fueran lo mismo- en nombre de los derechos del
todo, de los Derechos Humanos y de los Derechos Civiles. En efecto, si se
alegara que con esto último sólo se conseguiría escribir bellos textos e incitar
a las bellas almas a realizar bellas acciones (sin llegar, a menudo a conseguir
ni tan siquiera que las llevaran de hecho a cabo) también se podría decir que en
el otro caso lo mejor que podría pasar sería que siguieran ocurriendo ciertas
cosas que ya están de hecho ocurriendo todos los días sin necesidad alguna de
que nadie trabaje tanto para justificarlas o para convencer a los demás de que
las lleven a cabo, con lo que parece que tales discursos acabarían por resultar
bastante ociosos, sobre todo, teniendo en cuenta que hay otras maneras igual de
efectivas, si no más, de intentar mejorar la situación de las víctimas, incluso
dentro del propio marco de la teoría.
Al fin y al cabo, tan pronto como acaben de desparecer los últimos prejuicios
católicos que aún pesan en las mentes de gobernantes como Esperanza Aguirre y
Alberto Ruiz Gallardón, la prostitución pasará a convertirse en un oficio más,
como otro cualquiera, sin duda alguna. Al hilo de los cambios que irá
introduciendo la ANECA en la enseñanza (de acuerdo con sus criterios de calidad
y rentabilidad social) pronto aparecerá una modalidad de bachillerato -o una
especialidad del de ciencias de la salud o de empresariales- que será el
“Bachillerato Putístico”, estrictamente regido por unos criterios de excelencia
y profesionalidad, y en donde se enseñará a los jóvenes y jóvenas que lo deseen
los primeros rudimentos de ese oficio que no será ya, es verdad, ni el de
matemáticos ni el de escritores. Con el tiempo habrá también un “Bachillerato
Terrorístico” en el que se ensañarán todo tipo de técnicas terroristas para
combatir el terrorismo y a partir del cual se podrá hacer el examen de ingreso
tanto en la CIA o en el CNI como en la ETA o en Al-Quaeda y dedicarse así a
combatir profesionalmente tanto el terrorismo de Estado como el de
circunstancias. Sin embargo, aunque está claro que esto acabará pasando (puesto
que está visto que al final esas cosas siempre acaban pasando se haga lo que se
haga) lo que no está tan claro es que no se pueda contribuir en algo, al menos,
para retrasarlo un poco -quinientos, mil o cinco mil años-, y eso que se puede
hacer no tiene nada que ver con rebajar la dignidad de las prostitutas o con
desacreditar a los combatientes de la resistencia iraquí. Porque no es lo mismo
no intentar justificarles, que culpabilizarles y hacerles responsables a ellos
de algo que se considera tan rechazable como el terrorismo o la prostitución y
de lo que ellos son, ciertamente, las primeras víctimas, y mucho menos
responsables que aquellos que no sólo no cargan con las desventajas que conlleva
el ejercicio de esos oficios, sino que se quedan, además, con los beneficios
inmediatos que producen (tanto para los clientes como para los proxenetas -que
hace tiempo, por cierto, que dejaron de ser esas “madames” de las que de manera
tan encantadoramente decimonónica habla Frabetti, para convertirse en unos
señores con pistolas y despachos bastante peligrosos).
No se trata ni siquiera de ponerse a afearle a ninguno de aquellos su mala
conducta, sino, simplemente, de emplear el poco tiempo del que dispone uno
cuando vive en algo tan frágil como un cuerpo en tratar de sacar de las redes de
prostitución a una mujer a la que se retiene hasta su pasaporte (por no hablar
de su identidad) o a una menor tailandesa a quien su propia madre se ve obligada
a enseñar formas más lucrativas de hacer la “o” con un canuto que las que le
enseñarían en la escuela. De lo que se trata, incluso, es de si no emplearíamos
mejor ese tiempo intentando, por ejemplo, escribir algún texto que intentase
convencer a alguien de la necesidad de dejar de escribir ya más textos
justificando la prostitución y el terrorismo y de la de empezar a escribir
textos que intenten convencer a alguien de la necesidad de dejar de escribir ya
más textos justificando la prostitución y el terrorismo y de la de..., etc.; por
vacío y vicioso que pudiera llegar a parecernos este círculo, si no será mejor
eso que dedicarnos, efectivamente a escribir textos que justifiquen la
prostitución y el terrorismo a pesar de que ni a una ni a otro les haga ninguna
falta que los justifiquen.
Porque a lo mejor, empeñándonos tanto en defender los derechos de
autodeterminación de esos todos -pero así entendidos: de esos todos que no son
más que partes más o menos gordas, es decir, que no son más que meras sumas de
sus partes- o de esas partes -pero de esas partes que no son más que todos,
monadológicamente clausuradas dentro de su identidad y sin ventanas para abrirse
al mundo- lo que estamos haciendo, en realidad, es empezar por legitimar las
injusticias distributivas a las que se ven sometidas algunas partes aquí y
ahora, y justificar así los privilegios de los que disfrutan otras -a veces muy
pequeñitas- gracias a esas injusticias, gracias a la perpetuación de ciertas
desigualdades que pasan, en efecto, desapercibidas, cuando se adoptan ciertas
perspectivas totalizadoras o generalizadoras demasiado globales. Y lo mismo
puede decirse respecto de los todos, de manera que quizás, cuando Carlo Frabetti
dice que “todos somos putas” quiere decir, en realidad, -como decía en efecto
Eduardo Miñoña en el título del libro aquel que le publicó la Editorial del
Cobre dirigida por la entonces responsable del Instituto de la Mujer y en el que
Miñoña defendía la dignidad de los pederastas- que “TodAs somos putas”, y que
“TodOs somos puteros”, lo cual son cosas muy distintas y se pueden llegar a ver
de maneras muy diferentes según del lado de la picha al que se esté en cada
caso.
Porque el caso es que hay mucha diferencia entre una puta y un putero, hasta el
punto de que a este último no sólo no se le rebaja despectivamente el
calificativo como a la “p(rostit)uta”, sino que se le llama incluso el “cliente”
para esconder por medio de esa figura retórica llamada eufemismo, una radical
desigualdad de fondo: el hecho de que sigue siendo el putero quien emputece a la
puta y no a la inversa, y de que es así porque, tal y como están de hecho las
cosas, le es inconmensurablemente más fácil al putero dejar de serlo que a la
puta. Qué decir entonces de los puteadores -actualmente denominados “empresarios
del sexo”-.
Del mismo modo, y aunque considerado en términos tan transgenéricos y
metafísicos como lo plantea Frabetti pueda llegar a decirse que, al menos
abstracta y simbólicamente, es igual ser una puta que ser un escritor o un
matemático vendido al Capital, el caso es que muy poca gente estaría dispuesta a
admitir que sean, de hecho, lo mismo, una cosa y la otra, y ni siquiera que el
propio Frabetti sea, de hecho, un matemático, o al menos un escritor,
enteramente vendido al Capital y una puta, ni siquiera en ese sentido -con
independencia de que quiera o no llegar a serlo-.
Así como hay una diferencia entre hacer apología de la tortura y de la
Inquisición y ejercerla de hecho participando en las labores del Santo Oficio
-que es la que permite a muchos seguir llamando a Santo Tomás “Doctor Angelicus”
mientras que nadie se lo llama a Torquemada-, hay también una importante
diferencia entre hacer apología de la prostitución y ejercerla de hecho como
oficio, diferencia que quizás no valoran en su justa medida muchos de sus
apologetas que son, a menudo, profesores y profesoras de universidad y
escritores o cantoautores, y muy mayoritariamente hombres varones, individuos
-en cualquier caso- que muy raramente ejercen física y corporalmente ese oficio
(sino sólo metafóricamente o metonímicamente) y que en menos ocasiones todavía
son sujetos que nunca han tenido siquiera la oportunidad de ejercer ningún otro
oficio -sujetos estos últimos que son, dicho sea de paso, la más descomunal de
las mayorías, cuando consideramos el fenómeno a nivel planetario-.
Pero este tipo de dificultades se plantean mucho, en general, en todas aquellas
cuestiones que tienen que ver con eso mismo que no tienen los ángeles, a saber:
sexo, y sobre todo cuando se intenta resolver ciertas cuestiones que competen a
los cuerpos que lo tienen acudiendo a determinadas argumentaciones que podrían
estar muy bien para los ángeles y los dioses, o para los animalitos y las
bestias, pero no acaban de encajar bien con los que seamos personas además de
cuerpos, y cuerpos, además de personas. Tanto más cuando se pretenden extraer
ciertas consecuencias políticas y morales (que todos sabemos cuáles han sido
toda la vida) de los mismos, tomando entonces normalmente a las partes (que
todos sabemos cuales son) por el todo.
“El sexo y su naturaleza”, escribía la escritora Virginia Woolf en Un cuarto
propio -que es una conferencia que pronunció ante un grupo de mujeres sobre el
tema de la mujer y la escritura, hablando aquí de su sorpresa al consultar los
fondos bibliográficos de la gran biblioteca del Museo Británico (donde Marx
escribiera El Capital) sobre el tema-, “bien pueden atraer a médicos y biólogos;
pero lo sorprendente y de difícil explicación era el hecho de que el sexo -la
mujer, es decir- también atrae a ensayistas agradables, ágiles novelistas,
jóvenes doctorandos en letras, hombres que se han doctorado, hombres sin otra
calificación que no ser mujeres. Algunos de estos libros eran notoriamente
frívolos y burlones; muchos por otra parte eran serios y proféticos, morales y
amonestadores. La sola lectura de los títulos sugería innumerables maestros,
innumerables clérigos escalando sus tarimas y púlpitos y despachándose con una
locuacidad que sobrepasaba en mucho la hora que es costumbre conceder a tales
discursos. Era un fenómeno singular; y aparentemente -aquí consulté la letra
H-exclusiva del sexo masculino”.
Es un, cuando menos, curioso fenómeno metonímico éste al que se refiere aquí
Virginia Woolf, gracias al cual podemos decir que “TodOs somos putas”
-simbólicamente, y de derecho- precisamente cuando nos comportamos o nos obligan
a comportarnos como todAs aquellas que efectivamente, y de hecho, lo son -y que
toda la vida hemos sido, de una forma aplastante e incomparablemente mayoritaria
una parte: nosotrAs-, es decir, con todas aquellas que -en la inmensa y
aplastante mayoría de los casos- nunca han tenido la posibilidad de comportarse
de otra manera y de ser otra cosa aunque no quieran. Sin embargo, no puede
decirse en los mismos términos, y haciendo uso de la misma figura retórica -y
eso queda perfectamente claro en la conferencia de Virginia Woolf-que “todos
somos escritores”, y mucho menos, que “todos somos matemáticos”, porque no todAs
estamos en disposición de apreciar con tanta penetración y tanto distanciamiento
como Carlo Frabetti ese tránsito de Venus al que hemos podido asistir esta
semana, ni de darnos cuenta de que el “Lucero del Alba” no es más que la
“Estrella Vespertina” cuando prescindimos de los diferentes sentidos y nos
quedamos con las meras referencias, en cuyo caso, ciertamente, tiene razón
Frabetti, y una puta y una empresaria autónoma del sexo con los medios de
producción incorporados (que parece ajustarse plenamente al ideal de
“autodeterminación personal”) pueden ser, en efecto, indiscernibles. Pero
precisamente por eso mismo, a veces los matemáticos, precisamente por tener que
darle tanta importancia al plano de la sintaxis por encima del de la semántica,
son mucho más propensos que los demás a cometer ese tipo de identificación
metafísica (que no metonímica) del todo con sus partes -nos referimos (claro
está) a las del todo, no a las de los matemáticos-.
A quien de hecho conoce o ha conseguido sensibilizarse mínimamente respecto del
sufrimiento que de hecho padecen quienes ejercen ese oficio, no le puede
resultar tan fácil ver con el mismo distanciamiento ese tránsito de Venus que
pretenden llevar a cabo hoy en día algunas feministas defensoras del
reglamentarismo o ciertas místicas de la carne que parecen intentar elevar a los
cielos a esa diosa en cuerpo y alma como en tiempos hicieron los clérigos
católicos con la Virgen María, que obviamente, en tanto que mujer, no podía por
aquel entonces, subir al cielo sin llevarse su cuerpo, puesto que sólo era
cuerpo, solo era un animalillo; ¿qué se hubiera podido llevar entonces al
cielo?, y sobre todo ¿con qué hubiera podido seguir allí después de su tránsito,
dando pruebas de su virginidad -que era en lo único en lo que residía su
dignidad-?
Quizás ello se deba al carácter absoluto que todavía hoy se les sigue intentando
dar a unas diferencias como las del orden de conexión de ciertas superficies
(por ejemplo de esa llamada “himen” -a saber, si tiene o no algún agujero, por
decirlo bastamente-) que podrían ser competencia de un investigador o
investigadora de la naturaleza (una medico, o un biólogo), o hasta de la de un
matemático en cuanto tal: diferencias meramente geométricas como esas que
existen entre la concavidad y las convexidad de ciertas regiones del espacio en
las que pueden hallarse alojados, y conforme a las cuales han podido verse
conformados biológica o históricamente, ciertos órganos, por ejemplo sexuales, o
intelectuales, que tendrán por ello unas formas diversamente entrantes o
salientes; tratando de convertir esas diferencias en absolutas
-dogmáticamente-sin darse cuenta, de que todo saliente no es más que un entrante
invertido y viceversa, y de que eso no los hace a ninguno ni mejores ni peores,
ni superiores ni inferiores, y ni siquiera, propiamente, los convierte en
diferentes, al menos cuando se adopta una cierta perspectiva -por ejemplo la de
la mera Lógica, la de la Metafísica o la del Derecho- desde el punto de vista de
la cual esas diferencias NO RESULTAN PERTINENTES -como no lo son las de color,
nacionalidad, religión etc.-, son, enteramente irrelevantes desde el punto de
vista de la necesidad de obtener unos mismos derechos políticos y unas mismas
oportunidades, de hecho, de acceso al mundo civil. Ninguna lucha por los
derechos de la mujer puede pretender apoyarse en ese tipo de diferencias
puramente matemáticas a no ser que pretenda limitarse a llevar a cabo una
defensa únicamente de una parte de la mujer -de su cuerpo- y no de los de aquel
todo que ella constituye tomada también como un ser racional -en su condición de
ciudadana (y de ciudadana del mundo, además)-, condición en contra de la cual
atenta, inmediatamente y de forma muy grave, el establecimiento de cualquier
tipo de pacto contractual llevado a cabo en desigualdad de condiciones
(desigualdad de hecho o de derecho), desigualdad de condiciones en la cual nadie
podrá negar que se encuentran hoy en día al menos, aquí y ahora, en España
(aunque muchísimo más antes o muchísimo más por ahí fuera) las putas y los
puteros y que constituye propiamente el factum del que hay que partir en
cualquier intento de analizar la situación, el fenómeno a partir del cual puede
obtenerse una mejor orientación para tratarlo con propiedad en toda su
extensión.
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